jueves, 27 de enero de 2011

Carta

Celebrábamos los 80 años y al mismo tiempo los 24, los 52, los 31 con él y para él. Esa fiesta era tan necesaria para él como para nosotros que nos hemos regalado su vida durante todos estos años.

Un hombre de familia, y sin ella también. Estábamos todos acompañados con vinito, comida de la tía Norma y la tía Sara que había llegado de Estados Unidos para el cumpleaños de su hermano mayor, Carlos. Comimos, bebimos, y bailamos durante horas, mi papá al vernos tan contentas a mis hermanas y a mí decidió no ejercer presión para emprender la retirada aunque mi mamá no lo hubiera dejado ya que en ese momento fue la primera en formar un círculo con sillas alrededor de mi tío para empezar el momento que siempre nos conquista de él, el de las anécdotas.

He escuchado muchas historias en mi vida, de todo tipo, pero no hay nadie en este mundo que cuente historias como las que cuenta mi tío Carlos. Algunos dicen que son exageradas, inverosímiles pero para mi esos adjetivos no significan nada, porque no es el punto de esas historias parecer creíbles, hay un sin fin de historias entre las historias así como años de experiencia reflejados en esos ojos brillantes de tanta vida, el velo de todo lo aprendido y grabado en su mirada, en esos ricitos blancos y lento caminar. Fue un momento de pura alegría, el comenzó los relatos, y mi tío Hugo lo asistía en algunos detalles que se le escapaban, y cómo no si son tantos recuerdos no sólo de él y de sus hermanos, sino de su madre, que por la mirada que ponen todos en la familia cuando se habla de mi bisabuela no hay duda que ha sido la mujer más importante en sus vidas, son miradas de puro y total enamoramiento, de felicidad, de añoranza a la protección que ella les proveía. Todavía a momentos veo a mi mamá y cuando le pregunto algo de mi bisabuela inmediatamente se soba los brazos y los codos como si con eso la estuviera abrazando. Estábamos en la historia del enterrador de placentas cuando mi primo Isaac hizo la misma pregunta que yo tenía en mente, pero, ¿por qué enterrabas las placentas tío?, ¿era alguna tradición, era juego o por qué lo hacías? Nos respondió que mi bisabuela lo mandaba, el era en el encargado de enterrar las placentas de cada uno de los hijos que tuvo la bisa Sarita. Era como si le tocara a él deshacerse de esos nueve meses de sufrimiento y de carencia, que padecía su madre mientras ella se quedaba con la vida creada por ella y por mi bisabuelo, renunciando a eso muerto que como cualquier cadáver ya sin fuerzas se entrega a la tierra.
Desde ese momento se convirtió en el protector de su madre.

Fue el principio de la labor de apoyo incondicional hasta la de ayudarle a pelear por su herencia.

Seguían las historias aunque no todas se contaron esa noche, faltó el relato de la panera grande y brillante en casa de las tías Ducloix, cuando sólo lo dejaban entrar a él a probar de esos panes deliciosos por ser el consentido mientras que los demás sólo podían echar un vistazo desde el patio, una de las más crueles sin duda, pero digna de contarse. O la del comal, esta anécdota se la contaste a mi mamá, decías que mi bisa solía hacerles gorditas de maíz dulces mientras ustedes esperaban sentaditos alrededor del comal, qué bonita fotografía llena de nostalgia y tal vez tristeza pero con sabor a familia, las mismas cosas que siento cuando te veo.


No recuerdo ningún sentimiento malo, tú sólo me haces enfrentarme a una sonrisa, una carcajada, a un baile como de ganso y una canción...

Hablando de música, otra gran pasión y talento del cual goza mi tío, era momento de cantar, la noche avanzaba y el frío hizo que pronto nos refugiáramos en la sala de mi tía Toña. Ahí estábamos sus hermanos Rodolfo, Sara, Antonia, sus hijos, nietos, entre otros y el comenzó a entonar esa cancioncita que siempre le ha cantado a mi mamá, la de “Muñequita Linda”, pronto mi tío Rodolfo y su hijo Carlos le hicieron segunda, y así pasaron las horas y las canciones hasta que su hijo Carlos que heredó ese talento empezó a cantar “El Triste” conmigo, porque mi tío me pidió que lo acompañara cantando esa canción. Sorpresivamente su nieta Sarita de escasamente cinco años de edad empezó a cantar también las canciones de José José, todos nos sonreímos y nos enternecimos por escucharla tan chiquita cantar “Gavilán o Paloma”, Y empezó el típico cotorreo de la tía Sara y el tío Rodolfo… qué momento… he vivido incontables momentos así pero ninguno se siente de la misma forma, y ahora que falta el que me decía maestra desde niña, no puedo evitar sentir tristeza al ver que no le podemos pedir permiso al tiempo para que nos deje estar un ratito más con la gente que amamos y ya no está.

Yo quisiera decirte que mi historia contigo es una canción de amor, como las que le cantabas a mi bisabuela, canción que aún no ha terminado de escribirse y que entona palabras como admiración, agradecimiento, respeto y cariño incondicional. Yo simplemente no sería la misma persona de no haberte conocido, de no haber coincidido contigo en tantos amores que tenemos en común. Siempre nos encontramos en las mismas palabras, en el mismo sonido, sin dudas en nuestro afecto.
Qué mejor lugar para vivir que el de tu corazón.

Me permito dedicarte esto, que escribí alguna vez sin título, y que al parecer es para ti.

Las palabras soñaron ser de ti.
El sonido imaginó una vida contigo.
La música quiso ser de ti y lo logró.
De obsidiana pura son tus ojos,
Y de caricias tu voz entera.
Nada que decirte,
Todo por escucharte.